Literatura y filosofía

Prólogo de Viaje al oeste (Parte 8 de 12)

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Introducción (5/9) (Por Enrique P. Gatón e Imelda Huang)

b) Estructuración de la obra
No es el único caso, ya que en el capítulo xxiii hay una clarísima referencia al Wen - shu Shr - Li Wen - ching, en la que se discuten las ventajas de la renuncia a la familia («chu - chia») sobre su aceptación («tsai - chia»). Por si no bastara eso, las alusiones a la visión budista de la realidad son constantes a lo largo de toda la novela. No faltan, en efecto, en sus páginas menciones explícitas a su antropología, su moral, su filosofía, sus leyendas, su escatología y sus exigencias religiosas. No podía ser de otra forma en una obra que tiene por protagonistas a cuatro monjes empeñados en sufrir todo tipo de calamidades por conseguir los textos más representativos del budismo.

La conexión es, sin embargo, mucho más profunda que lo que esa simple anécdota pudiera dar a entender. La propia estructura de la novela depende, de hecho, de los temas esenciales del budismo religioso, es decir, el poder misericordioso de Buda, la necesidad de acumular méritos para alcanzar la iluminación y la exigencia de hacer de la vida un continuo retorno a Buda, a fin de escapar al determinismo reencarnatorio. En torno a estas ideas centrales se hallan estructuradas, efectivamente, las cinco partes temáticas que podemos distinguir en la obra: la primera abarcaría desde el capítulo i al vii, en los que se narra el nacimiento de Sun Wu-Kung, sus esfuerzos por alcanzar la inmortalidad, sus travesuras en los Cielos, su enfrentamiento con los ejércitos celestes, su definitiva derrota a manos de Buda y su confinamiento en las raíces de la Montaña de las Cinco Fases.

La segunda comprendería el capítulo VIII, en el que Buda declara su intención de hacer llegar su doctrina a las lejanas tierras del este, el viaje de Kuang Shr - Ing en dicha dirección y la elección de los cuatro seres que han de acompañar al maestro a lo largo de su dificilísima empresa.

La tercera se extendería desde el capítulo ix al xii, que versan sobre el nacimiento de Hsüan-Tsang, la venganza de los asesinos de sus padres, el viaje del emperador Tang Tai-Chung a los infiernos, su determinación de ayudar a los espíritus hambrientos, la aparición de la Bodhisattva Kwang-Ing y el encargo hecho a Tripitaka de procurarse los textos sagrados.

La cuarta cubriría a los capítulos xii a xcvii, que describen el viaje de los Peregrinos, su encuentro con los monstruos empeñados en imposibilitar el triunfo de su empresa y la ayuda prestada por diferentes divinidades para que puedan superar con éxito las ochenta y una pruebas impuestas al antiguo discípulo de Sakyamuni.

La última, finalmente, abarcaría desde el capítulo xcviii al c, que relatan la culminación del viaje, el encuentro de los Peregrinos con Buda, su vuelta a China con las escrituras y su ascensión al panteón búdico.

Las partes primera, segunda y tercera ponen de relieve la gran misericordia de Buda. En un primer momento puede llamar la atención la desproporción entre la culpa y las penas impuestas a los futuros Peregrinos, que, para nuestra sensibilidad actual, más parecen producto de la crueldad que de una ternura sin límites. Basta, sin embargo, comparar la inflexible determinación de las divinidades taoístas con el carácter abierto de las decisiones de Buda para comprender el sentido misericordioso de las mismas. A la base del viaje se encuentra, en efecto, un sentimiento de compasión hacia los habitantes de las Tierras del Este, que mueve a Tathagata a seleccionar a un Peregrino y a escoger cuidadosamente los discípulos que han de posibilitar el éxito final de la empresa.

Es en este punto de arranque donde mejor se aprecia esa pátina de profunda misericordia que recubre los ocho primeros capítulos. Todos los protagonistas, sin excepción, son seres que han cometido faltas dignas de un castigo eterno, habida cuenta de su envidiable estado de inmortales. Su reprobable conducta pone de manifiesto un hecho desconcertante, que han constatado todas las religiones: cuanto más cerca se encuentra uno de las cumbres de la perfección, más alta es la probabilidad de que termine convirtiéndose en un exponente del mal. No hay una tradición religiosa en la que no exista la desazonante figura de los ángeles caídos, seres que, habiendo gozado de una envidiable perfección, jamás conseguirán escapar del terrible castigo al que los condujo su única negligencia.

A la luz de esta condena inflexible hay que considerar esa segunda oportunidad que se da a Wu-Kung, Wu-Ching y hasta al propio Tripitaka. Sun Wu-Kung es plenamente consciente de la singularidad de tan inesperada propuesta. Por eso no tarda en convertirse en el más acérrimo defensor de la empresa, levantando constantemente los ánimos de sus compañeros y arrancando, con su proverbial buen humor lo mejor de sus complejas personalidades. Su fidelidad al maestro se asienta, pues, sobre esa consciencia del poder misericordioso de Buda, que se extiende, incluso, a muchos de los monstruos a los que se ve obligado a derrotar.

La figura de Kwang Shr - Ing es, en este sentido, paradigmática. Defensora a ultranza de la vida y compasiva hasta extremos inimaginables en otras deidades orientales, no sólo acude en ayuda de los Peregrinos cuando solicitan su intervención, sino que llega también a prestar oídos a los gritos de los monstruos que en un principio se oponían a ellos.

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