X
XI
Los hombres pueden secundar a la Fortuna, mas no oponerse a ella; pueden urdir su trama, seguir sus hilos, pero no destruirlos. No quiere esto decir que se entreguen al abandono. No saben cuál es el objeto de la diosa; pero como ésta no obra sino por vías obscuras y desusadas, siempre les queda la esperanza, que es la que debe sostenerlos por más reveses que padezcan y por muchos trabajos que tengan que soportar
XII
Nada puede contra los grandes hombres la Fortuna. Su inconstancia, ya los eleve, ya los degrade, no altera en modo alguno sus disposiciones ni la firmeza de espíritu, tan inherente a su condición, que cada uno reconoce que es inaccesible a sus reveses. Muy distinta es la conducta de las almas débiles: ensoberbecidas y embriagadas por las prosperidad, atribuyen su triunfo a virtudes que siempre carecieron y por esto mismo se hacen insoportables y odiosas para todo cuanto las rodea. Tales excesos producen pronto una mudanza de fortuna; y apenas se muestra a sus ojos la desgracia, incurren en el exceso contrario y tórnanse viles y cobardes
XIII
El hombre acostumbrado a cierto paso no puede variarlo; cuando los tiempos no se armonizan con sus principios, tiene que sucumbir fatalmente
XIV
Convénzase los que gobiernan de que nunca deben tener a un hombre en tan poca cosa como para creer que impunemente podrán colmarle de agravios e injurias sin que él intente vengarse, aun arriesgando la vida
XV
Creo que es una de las grandes reglas de la prudencia humana abstenerse de injuriar o amenazar a alguien. Ni la amenaza ni la injuria debilitan al enemigo, sino que una le avisa que se ponga en guardia, y la otra no hace sino acrecentar su odio y volverle más industrioso en los medios de perjudicar
XVI
Los hombres no saben ser ni enteramente buenos ni enteramente malos
XVII
El príncipe que no reconoce los males hasta que ya no es hora de evitarlos no es verdaderamente prudente; pero, en general, no es la previsión virtud de reyes
XVIII
Un monarca no ha de asustarse de su sombra ni escuchar los informes terroríficos que le exponen; al contrario, debe ser tardo en creer y obrar, aunque sin descuidar las leyes de la prudencia. Entre una loca seguridad y una desconfianza loca, hay un término medio
Una versión digital de la obra aquí
No hay comentarios.:
Publicar un comentario